Rosa se adentra en la selva colombiana con uno de sus alumnos, a quien enseñó la importancia de la conservación y los procedimientos para registrar la biodiversidad que los rodea; ambos hacen parte de una red de «guardianes de la selva» que está descubriendo los bosques en los que nacieron y los protege de la deforestación.
Su alumno es Anderson, de la aldea Pueblo Nuevo del Consejo Comunitario de Bajo Mira y Frontera, en Tumaco, departamento de Nariño (suroeste), donde la violencia y el narcotráfico dictan el día a día de las familias.
Dejó de talar árboles tras 20 años cortando y vendiendo madera de zonas deforestadas para convertirse en uno de los «guardianes de la selva». Ahora es experto en huellas de animales y diámetros de árboles.
Estos promotores, como se denominan, «son miembros de las comunidades cuya actividad económica dependía antes del corte (de árboles) directa o indirectamente», resalta Rosa desde la profundidad de la selva tumaqueña.
Las alternativas a tumbar selva como principal actividad económica se han ido instalando en la comunidad de Bajo Mira y Frontera, que agrupa a 53 aldeas con un total de 47.000 hectáreas de territorio colectivo. Allí ahora es común sembrar cacao o los proyectos con animales, y las motosierras y guadañas son una reminiscencia de tiempos pasados.
«Ha bajado la incidencia y la presión que tienen hacia el bosque», confirma Rosa en referencia a las cifras de deforestación de la zona.